El puente

Puente de Mayo. Nada que hacer. M. sugiere que nos vayamos a la casa que sus padres poseen en Murcia. Lo pienso tranquilamente, me fumo un cigarro y, tras valorarlo decido que no es tan mala idea. Siempre me ha gustado atacar estas situaciones de frente y desde la normalidad.

Preparamos los correspondientes petates y emprendimos camino como todos los madrileños, y a la misma hora, parece ser. 4 horas y media después de abandonar Madrid llegamos a Tarancón. Sí, no me he equivocado, y dando gracias a Dios. Repostamos y continuamos. Muchas risas, algunas patatas fritas y unas cuantas canciones de Chico y Chica después llegamos a Murcia.

M. y Thms ya estaban allí, salieron de Madrid la noche anterior. Me sorprendió la sensación de tranquilidad al verla. Lo animado de la conversación y la predisposición a pasarlo bien que todos parecíamos tener.

El motivo de este post no es relatar todo lo que pasó durante estos 2 días y medio, sino poner de manifiesto lo que siento tras ellos. Se me ocurren un montón de palabras, pero nada suficientemente descriptivo como lo que siento ahora mismo. Como lo que sentí esos dos días. Como lo que sentí tras hablar con ella el miércoles pasado. Sentí todo lo bueno que quería sentir. Todo lo bueno que debía sentir.

Me conmueve ver que ahora la situación vuelve de alguna manera al sitio del que nunca debió desviarse. Casi 5 meses después de aquello, puedo mirar a sus ojos sin que ella me retire la mirada. Disfruto de su sonrisa, correspondo con otra, incluso cuando no me la dedica a mí. Vuelvo a sentir que cuando estamos juntos, en compañía de más gente, escuchamos lo que dice el otro. Ahora no me cuesta hacerlo, hubo un tiempo en que me obligué a hacerlo. Me lo debía a mí mismo.

Logro decirle cosas que siento sin morderme el labio inferior. Suenen como suenen. Me he perdido un poco el miedo, que no el respeto. Ya no hago esfuerzos innecesarios, ¿para qué? En el equilibrio está la virtud, y en su búsqueda sigo. Estoy más cerca cada día que pasa.


Á.