Y entretanto, aquí sigo.

Ni duele ni deja de hacerlo. Es un pequeño vacío que de cuando en cuando aparece y habita en mi pecho, o en mi boca, o en mis piernas, en mi mano vacía, en mis dedos perdidos que no consiguen situarse si no es agarrando tu mano.

Un vacío exigente que demanda algo de tí: un olor, un sonido, un síntoma que denote que sigues existiendo. Me engaño como a un bobo y me invento que no te quiero, que escucharte no provoca nada en mí, que tu natural sonrisa no me afecta, que tu brazo al rozarme no hace que se encoja el estómago.

Así te espero, obligándome a que todo en mí siga tranquilo hasta que los desencuentros se conviertan en encuentros encontrándome, al fin, en tí... yo, que hoy no he estado sin ser.

Á.