Lost in Translation
“Dondequiera que estés
te gustará saber,
que te pude olvidar y no he querido
y que por fría que sea mi noche triste,
no echo al fuego ni uno solo
de los besos que me diste”
Joan Manuel Serrat
Camera 1303
Eso es exactamente lo que dice el pequeño cartel dorado con letras repujadas que cuelga en la puerta de esta estancia. El hotel es magnífico. Me han dicho que el Chievo Verona se concentra aquí cuando juega como local. Cuarto de baño más que decente (alicatado hasta el techo como mandan los cánones de las buenas costumbres, que diría Don Camilo), minibar ‘free of charge’, una calefacción espléndida y todas la comodidades que te ofrece estar en un hotel caro en cualquier lugar del mundo.
A pesar de todo esto, nada me sirve de consuelo. Esto está vacío. He intentado deshacer mi maleta y extender la ropa por la habitación para que parezca que hay alguien más. Necesito sentir otra presencia que no sea la mía. A ratos intento suplir esto con llamadas telefónicas a mi gente que me van a costar una pasta, pero me da igual. Necesito esa sensación. La de no estar solo. El latido de un corazón amigo. Los susurros a media noche. El dermis contra dermis. Si no todo, que se me antoja imposible, un poco de esto me viene de perlas.
Caigo rendido, pero me despierto. Aún me levanto con la sensación de que duermo a su lado. Y ella al mío. Creo sentir su cabeza sobre mi pecho subir y bajar levemente mientras respiro. Sus rizos paseando bajo mi nariz y haciendo que me despierte para rascarme a horas intempestivas. Benditas cosquillas. Sueño con el café y las tostadas al levantarnos, independientemente de la hora. Qué mas da la hora. El tiempo es relativo, y es nuestro. Podemos gastarlo como queramos. Sueño con su mirada de niña mala diciendo, entre reproche y demanda de un abrazo de oso: ¿Porqué te levantas así de activo? No soporto proyectar su imagen en mi mente cuando arruga la nariz como nadie sabe hacerlo. Entretanto, han dado las 7. Me despierta el televisor del hotel. Modernos estos italianos, sí. Me ducho, me preparo y me largo a la sede de mi empresa en Italia.
La gente es muy, muy amable. Me encanta poder hablar con ellos en español, y ellos en italiano sin problemas para entendernos, Incluso durante el cruce dialéctico, entender algunos términos que no se expresan igual pero que entiendes perfectamente hace que sin poder evitarlo asientas con la cabeza como un gilipollas y repitas esa palabra como si no la hubieses escuchado nunca antes, con una sonrisa de bobo. En realidad nunca antes la habías escuchado.
El día transcurre bien. Los encuentros con la gente adecuada y sobre los temas pactados la semana anterior. Son amables y cercanos como nosotros, pero hay que andarse con cuidado con alguien que perfectamente podría ser un centurión romano. Seguro que en su casa tienen un traje de esos. El jefe de aquí por lo menos. Hasta tiene el pelo cortado como Julio César. Y adivino la misma mala leche con sus empleados que aquél con sus súbditos. Con nosotros es encantador, chistoso, atento… Todo un gentleman. Su inglés es pésimo, pero terriblemente gracioso.
Por la noche vamos a visitar el centro de Verona. La citá dell’amore. La noche es terriblemente fría y la niebla da un toque misterioso a la par que romántico. Sublime. No encuentro otro término dentro de mi escueto vocabulario y mira que lo busco, eh? (“Tengo que leer más” me digo en momentos como este). Los Scala hicieron un buen trabajo en esta ciudad. El circo romano es espectacular. Para documentar todo lo que viene a continuación he hecho fotos (movidas por supuesto, pero ahí quedan). La Torre de Lamberti, las ruinas de la antigua ciudad de Verona ( 3 metros por debajo de la actual y destrozada después de un terremoto hace 11 siglos), los pequeños bares con poetas anónimos que deleitan los oidos de sus oyentes con composiciones propias. El Valpolicella, vino de la región y de exquisito regusto afrutado, La casa de Julieta cuya estatua se encuentra en la puerta y de la que dicen que si tocas su pecho derecho trae suerte. No pude resistirme a hacerlo (de nuevo, documento gráfico acreditativo). El balcón, las paredes repletas de corazones atravesados por flechas y con los nombres de los enamorados en su interior. La han pintado hace una semana y ya no cabe un corazón más. La casa de Romeo, al lado de la cual cenamos. Carne de burro para más señas. Exquisita. Es algo tradicional en esta zona. El burro y el caballo son manjares para ellos. La tradición data del siglo XIV: Los venecianos eran los acaparadores del comercio en Italia y por supuesto, entre otros bienes del oro y los diamantes, santo y seña de la riqueza en el mundo a partir de aquella época de eclosión de las relaciones mercantiles. Verona era una ciudad muy importante entonces, gracias sobre todo a la familia Scala, principal artífice del crecimiento de la ciudad. El caso es que la ruta del oro hacia Venecia cruzaba por Verona, y los veroneses estaban hartos de ver como éste pasaba por delante de sus narices sin poder hacer nada. Ante esta tesitura, decidieron atacar los cargamentos de oro y quedarse con todo, aun a sabiendas de que esto significaba el inicio de una guerra abierta a sus vecinos. Como ha ocurrido siempre, alguno debió hablar más de la cuenta en el sitio menos apropiado o bien los servicios secretos de la época funcionaban como un reloj. ¿Resultado? Los venecianos estaban bajo aviso. ¿Acciones a tomar? Primero: armar a su ejército hasta los dientes y reforzar la protección del convoy. Segundo: Pedir ayuda a Francia y al Vaticano, a lo que por supuesto el Santo Pontífice de la época, ávido de dinero y poder no puso ningún problema. Luego lo disfrazaría como un intento de no romper la sintonía entre las regiones italianas, pero esa es otra historia… El caso es que cuando procedieron a atacar se llevaron la ingrata sorpresa de que tenían que luchar contra 3 ejércitos en lugar de hacerlo contra la protección del convoy. Les masacraron. Corrieron malos tiempos para los veroneses entonces. Los recursos escaseaban. Las vías de comunicación estaban cortadas. La gente se ponía nerviosa. Comenzaban los saqueos. Los mandatarios se escondían y el pueblo vivía sumido en la anarquía. Entretanto, la gente sólo tenía carne de caballos muertos durante la batalla que llevarse a la boca. Y así lo hicieron. Veo a C. diciendo: “Una dieta rica en proteínas es importante (con cara seria)”. Siguen comiéndose los caballos. Y los burros. Aunque estos últimos están protegidos (como ocurre en España), se permite la cría en granjas para uso alimenticio. Como dice mi amigo Todeschini: “ Le asini piu protecti qui son le asini de due gambe” (o algo así). Traducción: “Los burros más protegidos aquí son los de dos patas”. Yo no lo hubiese dicho mejor. Como en todas partes, querido Alberto, como en todas partes.
Á.
1 Comments:
gracia s pro tus palabras me gustó mucho tu post. Saludos
https://disenomodayestilo.wordpress.com
3:34 PM
Post a Comment
<< Home